Por: José Xavier Gallegos
Panorámica del páramo del Pichincha. Foto por Carlos Benavides, 2019.
Durante miles de años los habitantes de Los Andes han admirado y respetado un ecosistema único, en el que a veces se da la ilusión de estar en otro mundo, donde las plantas no tienen la forma habitual que acostumbramos a ver, los animales corretean entre pajonales, las especies arbóreas pueden ser tumbadas con un pequeño empujón, cojines acumulan agua de forma perfecta y la combinación de sol y ventisca helada quema las mejillas. Éste ecosistema es el páramo andino, fuente natural de vida, pues es fuente del compuesto esencial para la misma: el agua.
Por algunos miles de años más, desde antes que el ser humano llegase a existir como tal, la vegetación, la fauna y los suelos se han ido adaptando y evolucionando a las duras condiciones de la montaña, similares a la de la tundra; sin embargo las mismas plantas han sido las responsables de multiplicar la vida en su ecosistema, de evitar el deterioro de un espacio fructífero para la supervivencia. En él se pueden encontrar especies que han comprendido las condiciones únicas que tiene, tales como la baja presión atmosférica al encontrarse por sobre los 3500 m.s.n.m., la alta radiación solar, vientos gélidos y sumamente fuertes e incluso heladas durante las noches más frías. Se pueden apreciar cojines cespitosos, formados por una intrincada unión de plantas, éstos cojines tienen hasta dos metros de diámetro y cincuenta centímetros de espesor, por lo cual su capacidad de acumulación de agua es inigualable, adicionalmente liberan el agua de forma gradual para así alimentarse y seguir nutriendo su alrededor.
Es aquí donde llegamos a un punto álgido, el ser humano moderno. Cuando SPORA visitó el páramo del Pichincha no pudimos evitar percibir el daño que hacíamos al transitarlo, incluso cuando recogimos basura llegamos a un punto en el que debíamos detenernos y considerar si recoger un envoltorio más merecía la pena de aplastar éstos cojines naturales, de deformar los pajonales que con el viento y el tránsito de conejos han formado una red de túneles y madrigueras, de pisotear blancas flores que se abren con una clara percepción del sol.
Por miles de años las comunidades que habitan las zonas montañosas se han ido adaptando a ellas, incluso en los rasgos físicos de las personas se hace clara esta adaptación, mejillas rosadas, con la piel reseca por el intenso viento, los ojos un poco rasgados y las manos fuertes y resistentes. Pero no es sólo la adaptación física del ser humano lo que le ha permitido relacionarse con el páramo de forma coherente durante años sino que es su comportamiento también, podemos ver en los habitantes del páramo una usual inclinación de la espalda hacia adelante, con la cabeza también inclinada al suelo, pasos pequeños y prolijos, similares a las danzas tradicionales, la utilización de varias capas de abrigo y el infaltable sombrero, para cubrirse del inclemente sol pero también mantener el calor y evitar la llovizna.
Paisaje del páramo. Fotos por José Xavier Gallegos 2020
Ahora, si éste ecosistema parece no ser apto para el ser humano, ¿por qué utilizarlo? Pues buscamos concientizar de su existencia por medio de una relación respetuosa, asemejándonos al aprovechamiento que se le ha dado durante generaciones. Cuando transitemos el páramo deberemos pues, ir preparados para el mismo, respetando las áreas en donde se ha delimitado un sendero y si no existe un sendero irlo formando cuidadosamente intentando pisar las partes donde más tierra y menos plantas haya. Al llegar al pajonal deberemos no sólo ser cuidadosos de no arrancar plantas con el ir y venir de nuestras piernas si no que también debemos estar atentos a la cantidad de fauna que existe en él pues sin intención podemos pisar a una madre conejo con sus crías dentro de su madriguera. Una recomendación personal es beber el agua que encontremos en los arroyos del páramo, sentir su frío, su pureza y al mismo tiempo el sabor que tiene la misma, pues es único.
SPORA pretende seguir teniendo una relación con el páramo, siempre que ésta sea benéfica para el mismo antes que para nadie más. Es por eso que hemos escrito sobre el mismo, pues es fuente de la vida en nuestro entorno y consideramos fundamental el mantener una sana comunicación de él con la sociedad actual.
Del páramo podemos aprovechar el sol y el viento helado, para deshidratar naturalmente tubérculos, por ejemplo. A su vez se busca el recuperar especies endémicas como el polylepis, el frailejón, el zorroyuyo, la chuquiragua, la acederilla, el arbusto que carga la conocida como “manzanita de páramo” o “nigua”, la oreja de burro, la misma paja que se sigue utilizando hoy en día e incluso la enorme variedad de hongos que colonizan éste entorno.
Creemos firmemente que la forma de entender la importancia de la naturaleza es la conexión con ella, el percibirla con los sentidos y eventualmente trabajar en conjunto con ella, teniendo en mente que de ella venimos y hacia ella vamos.
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